Blogia

el viento

El espejo y la máscara - Jorge Luis Borges

El espejo y la máscara - Jorge Luis Borges

 Librada la batalla de Clontarf, en la que fue humillado el noruego, el Alto Rey habló con el poeta y le dijo: -Las proezas más claras pierden su lustre si no se las amoneda en palabras. Quiero que cantes mi victoria y mi loa. Yo seré Eneas; tú serás mi Virgilio. ¿ Te crees capaz de acometer esa empresa, que nos hará inmortales a los dos? -Sí, Rey -dijo el poeta-. Yo soy el Ollan. Durante doce inviernos he cursado las disciplinas de la métrica. Sé de memoria las trescientas sesenta fábulas que son la base de la verdadera poesía. Los ciclos de Ulster y de Munster están en las cuerdas de mi arpa. Las leyes me autorizan a prodigar las voces más arcaicas del idioma y las más complejas metáforas. Domino la escritura secreta que defiende nuestro arte del indiscreto examen del vulgo. Puedo celebrar los amores, los abigeatos, las navegaciones, las guerras. Conozco los linajes mitológicos de todas las casas reales de Irlanda. Poseo las virtudes de las hierbas, la astrología judiciaria, las matemáticas y el derecho canónico. He derrotado en público certamen a mis rivales. Me he adiestrado en la sátira, que causa enfermedades de la piel, incluso la lepra. Sé manejar la espada, como lo probé en tu batalla. Sólo una cosa ignoro: la de agradecer el don que me haces. El Rey, a quien lo fatigaban fácilmente los discursos largos y ajenos, le dijo con alivio: -Sé harto bien esas cosas. Acaban de decirme que el ruiseñor ya cantó en Inglaterra. Cuando pasen las lluvias y las nieves, cuando regrese el ruiseñor de sus tierras del Sur, recitarás tu loa ante la corte y ante el Colegio de Poetas. Te dejo un año entero. Limarás cada letra y cada palabra. La recompensa, ya lo sabes, no será indigna de mi real costumbre ni de tus inspiradas vigilias- -Rey, la mejor recompensa es ver tu rostro-dijo el poeta, que era también un cortesano. Hizo sus reverencias y se fue, ya entreviendo algún verso. Cumplido el plazo, que fue de epidemias y rebeliones, presentó el panegírico. Lo declamó con lenta seguridad, sin una ojeada al manuscrito. El Rey lo iba aprobando con la cabeza. Todos imitaban su gesto, hasta los que agolpados en las puertas, no descifraban una palabra. Al fin el Rey habló. -Acepto tu labor. Es otra victoria. Has atribuido a cada vocablo su genuina acepción ya cada nombre sustantivo el epíteto que le dieron los primeros poetas. No hay en toda la loa una sola imagen que no hayan usado los clásicos. La guerra es el hermoso tejido de hombres y el agua de la espada es la sangre. El mar tiene su dios y las nubes predicen el porvenir. Has manejado con destreza la rima, la aliteración, la asonancia, las cantidades, los artificios de la docta retórica, la sabia alteración de los metros. Si se perdiera toda la literatura de Irlanda -omen absit- podría reconstruirse sin pérdida con tu clásica oda. Treinta escribas la van a transcribir dos veces. Hubo un silencio y prosiguió.-Todo está bien y sin embargo nada ha pasado. En los pulsos no corre más a prisa la sangre. Las manos no han buscado los arcos. Nadie ha palidecido. Nadie profirió un grito de batalla, nadie opuso el pecho a los vikings. Dentro del término de un año aplaudiremos otra loa, poeta. Como signo de nuestra aprobación, toma este espejo que es de plata. -Doy gracias y comprendo -dijo el poeta. Las estrellas del cielo retornaron su claro derrotero. Otra vez cantó el ruiseñor en las selvas sajonas y el poeta retornó Con su códice, menos largo que el anterior. No lo repitió de memoria; lo leyó Con visible inseguridad, omitiendo ciertos pasajes, Como si él mismo no los entendiera del todo o no quisiera profanarlos. La página era extraña. No era una descripción de la batalla, era la batalla. En su desorden bélico se agitaban el Dios que es Tres y es Uno, los númenes paganos de Irlanda y los que guerrearían, centenares de años después, en el principio de la Edda Mayor. La forma no era menos curiosa. Un sustantivo singular podía regir un verbo plural. Las preposiciones eran ajenas a las normas Comunes. La aspereza alternaba Con la dulzura. Las metáforas eran arbitrarias o así lo parecían. El Rey cambió unas pocas palabras Con los hombres de letras que lo rodeaban y habló de esta manera: -De tu primera loa pude afirmar que era un feliz resumen de cuanto se ha cantado en Irlanda. Ésta supera todo lo anterior y también lo aniquila. Suspende, maravilla y deslumbra. No la merecerán los ignaros, pero sí los doctos, los menos. Un cofre de marfil será la custodia del único ejemplar. De la pluma que ha producido obra tan eminente podemos esperar todavía una obra más alta. Agregó con una sonrisa: -Somos figuras de una fábula y es justo recordar que en las fábulas prima el número tres. El poeta se atrevió a murmurar: -Los tres dones del hechicero, las tríadas y la indudable Trinidad. El Rey prosiguió: -Como prenda de nuestra aprobación, toma esta máscara de oro. -Doy gracias y he entendido -dijo el poeta. El aniversario volvió. Los centinelas del palacio advirtieron que el poeta no traía un manuscrito. No sin estupor el Rey lo miró; casi era otro. Algo, que no era el tiempo, había surcado y transformado sus rasgos. Los ojos parecían mirar muy lejos o haber quedado ciegos. El poeta le rogó que hablara unas palabras con él. Los esclavos despejaron la cámara. -¿No has ejecutado la oda? -preguntó el Rey; -Sí -dijo tristemente el poeta-. Ojalá Cristo Nuestro Señor me lo hubiera prohibido. -¿Puedes repetirla?.: -No me atrevo. -Yo te doy el valor que te hace falta -declaró el Rey. El poeta dijo el poema. Era una sola línea. Sin animarse a pronunciarla en voz alta, el poeta y su Rey la paladearon, como si fuera una plegaria secreta o una blasfemia. El Rey no estaba menos maravillado y menos maltrecho que el otro. Ambos se miraron, muy pálidos. -En los años de mi juventud -dijo el Rey- navegué hacia el ocaso. En una isla vi lebreles de plata que daban muerte a jabalíes de oro. En otra nos alimentamos con la fragancia de las manzanas mágicas. En otra vi murallas de fuego. En la más lejana de todas un río abovedado y pendiente surcaba el cielo y por sus aguas iban peces y barcos. Éstas son maravillas, pero no se comparan con tu poema, que de algún modo las encierra. ¿Qué hechicería te lo dio? -En el alba -dijo el poeta- me recordé diciendo unas palabras que al principio no comprendí. Esas palabras son un poema. Sentí que había cometido un pecado, quizá el que no perdona el Espíritu. -El que ahora compartimos los dos -el Rey musitó-. El de haber conocido la Belleza, que es un don vedado a los hombres. Ahora nos toca expiarlo. Te di un espejo y una máscara de oro; he aquí el tercer regalo que será el último. Le puso en la diestra una daga. Del poeta sabemos que se dio muerte al salir del palacio; del Rey, que es un mendigo que recorre los caminos de Irlanda, que fue su reino, y que no ha repetido nunca el poema.  Del libro de cuentos "El libro de arena"  

Rolan Barthes

 

“Lo que va a morir”

“…este deseo de literatura puede ser más agudo, más vivo, más prestente, cuando puedo precisamente sentir la literatura en tren de perecer, de abolirse: en ese caso, la quiero con un amor penetrante, conmovedor incluso, como se ama y se rodea con los brazos a algo que va a morir”

Silvia Favaretto - Italia 1977

ETERNITÁ

          Albero vecchio, albero grande,    

più vivo della pietra,    

più duro della carne,       

tu che conosci il sole    

per il fatto di aspettarlo tra l’abbraccio dei tuoi rami    

da tanto tempo       

dimmi se ha nome    

il propietario barbuto    

della terra su cui tu ed io camminiamo.       

Albero vecchio, albero grande,    

più vivo della pietra,    

più duro della carne,       

tu che hai visto dall’aiuola del mio giardino   

 la fanciullezza di mia nonna, la giovinezza di mia madre    

e vedrai, forse, la vedovanza della mia vecchiaia       

dimmi se gli occhi dei miei nipoti    

avranno un giorno il colore di mandorla    

della tua corteccia.       

Albero vecchio, albero grande,    

più vivo della pietra,    

più duro della carne,      

nella nostra disperata necessità di eternità    

la tua immutabilità mi domina,    

e, sotto le tue fronde    

canto,    

e quando il mio canto diviene ombra,    

taccio.   

    

Albero vecchio, albero grande,    

più vivo della pietra,    

più duro della carne,       

Non mi importa che paralleli al tuo tronco    

abbiano fluttuato i cadaveri di Regina e dei traditori    

nè m’importa che i tuoi rami abbiano alimentato i roghi   

dove uccisero le mie sorelle    

nè che della tua stessa polpa fosse fatta la croce,     

sottile vendetta del demonio.    

Non mi importa.       

Albero vecchio, albero grande,    

più vivo della pietra,   

più duro della carne,       

tu sei il ponte di legno    

tra Dio e le creature mortali    

ed io mi appresto    

ad attraversare con l’anima    

i secoli di fragore      

scritti nelle venature della tua pelle.  

   

ETERNIDAD

  

     Árbol viejo, árbol grande,       

más vivo que la piedra,    

más duro que la carne,      

tú que conoces el sol    

por esperarlo entre el abrazo de tus ramas  

desde tanto tiempo       

dime si tiene nombre    

el dueño barbudo    

de la tierra que tu y yo pisamos.      

Árbol viejo, árbol grande,    

más vivo que la piedra,    

más duro que la carne,       

tú que has visto desde el cantero de mi jardín    

la niñez de mi abuela, la juventud de mi madre    

y verás, talvez, la viudez de mi vejez       

dime si los ojos de mis nietos    

tendrán algún día el color almendrado    

de tu corteza.        

Árbol viejo, árbol grande,    

más vivo que la piedra,    

más duro que la carne,       

en nuestra desesperada necesidad de eternidad    

tu inmutabilidad me domina,    

y, bajo tus frondas    canto,    

y cuando mi cantar se hace sombra,     

callo.       

Árbol viejo, árbol grande,    

más vivo que la piedra,    

más duro que la carne,       

No me importa que paralelos a tu tronco    

hayan fluctuado los cadáveres de Regina y  los traidores    

ni me importa que tus ramas hayan alimentado las hogueras    

donde quemaron a mis hermanas    

ni que de tu propia pulpa esté hecha la cruz,    

 sutil venganza del demonio.     

No me importa.       

Árbol viejo, árbol grande,    

más vivo que la piedra,   

más duro que la carne,       

tú eres el puente de madera    

entre Dios y criatura mortal    

y yo me apresto    

a cruzar con el alma    

los siglos de fragor     

escritos en las vetas de tu piel.  

RIMESCOLO IL MARE DENTR DI ME  

    Quando sarò angelo  

vivrò nel faro...  

Piangerò guardando le luci delle navi  

 allontanarsi nella notte...  

sentirò nostalgia  

di cose mai avute...  

Griderò imprecazioni al vento  

(perchè gli angeli non hanno genitori)  

e strapperò una ad una  

le piume delle mie ali,  

 disperata e sanguinaria  

per la cattiva sorte  

che mi ha dato  

meravigliose ali leggere  

e un corpo  

troppo pesante per volare...      

AGITO EL MAR DENTRO DE MI      

Cuando sea ángel  

viviré en el faro...  

Lloraré mirando las luces de los barcos  

alejarse en la noche...  

sentiré nostalgia   

de emociones nunca tenidas…  

Gritaré imprecaciones al viento  

(porqué los ángeles no tienen padres)

y arrancaré una a una  

las plumas de mis alas,  

desesperada y sanguinaria  

 por la mala suerte   

que me ha dado  

maravillosas alas ligeras   

y un cuerpo   

demasiado pesado para volar...  

TEMPORALI

           Echi di bomba    

dai profondi pozzi sotterranei    

delle mie interiora.          

La paura tremula    

ancora sconquassa la miacarne e il mio respiro.       

Quando fuochi artificiali    

o frecce tricolori    

portano rumore festoso    

è solo il dolore antico che si ridesta.          

 Echi di bomba    

dai profondi pozzi sotterranei    

delle mie interiora.                


 

      TEMPORALES          

Ecos de bomba    

desde los profundos pozos subterráneos    

de mis entrañas.          

 El miedo trémulo    

todavía destrozan    

mi carne y mi respiración.          

Cuando fuegos artificiales    

y flechas tricolores    

llevan ruido a fiesta          

Es sólo el dolor antiguo que se vuelve a despertar.          

Ecos de bomba    

desde los profundos pozos subterráneos    

de mis entrañas.          



María Gabriela Piccini

El hombre es siempre un hombre interrogante
Abierto en el asombro y en la duda
Si admira o si se espanta, lo suspenso
Acaba convirtiéndolo en pregunta.
                                       Gabriel Celaya
 
 

Pregunto al rocío
al llanto del mar
al vacío y al circulo. 

Pregunto en cada orilla
de este cielo inconcluso
y a la noche no prevista
que llevo entre las manos 

 

Pregunto por el hambre
por el sueño que no sueño
y por el fondo de esta piedra
que se quiebra
se atraganta
rueda mal cortada
y sigue siendo 

 

Soy una pregunta
entre dos párpados
entre la boca de mi piel
y mi conciencia 

 Y la respuesta
se disfraza
me ronda
no se para
se perfuma
se acicala
cubre su ironía
con un velo de rocas
y silente
sonríe y se promete
la asesina

El guión y la Feria Estatal por David Mamet.

El guión y la Feria Estatal por David Mamet.

Se me ocurrió que estábamos en medio de un auge del mercado de las acciones de bolsa. Primero uno y después otro de mis amigos habían mencionado a tal o cual joven que había incrementado drásticamente los fondos que les había confiado, y yo reflexioné que, con toda esa buena suerte que circulaba a mi alrededor, quizá sería una medida sabia comprar algunas acciones. Sin embargo una reflexión posterior me sugirió que, si el conocimiento de ese auge tenía la suficiente fuerza y longevidad como para que yo me enterara, el fin no estaría muy lejano; que, en efecto, mi reconocimiento (la primera punzada de codicia, mi interés en “algo a cambio de nada”) significaba y debía significar que el dinero para los listos ya se había acabado, y que era hora de que el dinero de los tontos pagara la cuenta.

Lo mismo sucede con los guiones. Ya no son una rareza, ya no es un fenómeno localizado en la Costa Oeste; ahora es una realidad de la vida que todos han escrito un guión. El carnicero, el panadero y su progenie han escrito un guión. Yo lo sé, porque todos ellos han intentado hacérmelos leer. Y, si la naturaleza modular y esquemática de la película hollywoodense es tan clara para todos, lo suficientemente clara como para que incluso aquellos intimidados por los requisitos formales de una carta de agradecimiento estén intentando realizar una película de acción o un drama romántico, ¿eso no debe significar que el fin se acerca?

Sí.

¿El fin de que? Del filme como medio dramático.

Porque, desde ya, estos zoquetes, nuestros amigos los abogados, médicos y choferes de ómnibus, no escriben drama. Escriben, al igual que nuestros superiores de Hollywood, en busca de ganancia, transformando así esta extensa tierra en una nueva y gran calle comercial. La urgencia de estos acólitos no es dramática, sino mercantil: traducir toda la historia personal, subvertir toda percepción o visión en ganancia, o en esperanza de ganancia. Este trabajo de escribir un guión, entonces, no es un acto de creación, sino una reverencia; es una ceremonia, una postración, en la que los sentimientos e ideas del individuo se ofrecen al vellocino de oro: “No existe mentira que yo no diré, ni secreto que no revelaré, ni tesoro que no deshonraré, con tal de que compren mi guión”.

Los filmes mismos se libran de cualquier mancha residual de drama que podrían tener y se convierten en celebraciones de nuestra esencia mercantilista; se convierten, en los hechos, en publicidad pura. Eso se da en especial en el film de verano. Las películas de verano son, en primero y último lugar, una exhibición de triunfo mercantil: una exhibición de tecnología en sí misma. En la actualidad el punto más alto del logro postindustrial de los Estados Unidos, el elemento mejor y más reciente para reclamar la superioridad estadounidense, es nuestra tecnología. Donde mejor se exhibe es en el Departamento de Defensa y en las películas. En ambos casos vemos la representación más espantosamente novedosa de la capacidad humana de elaboración.

El filme de verano no es un drama, ni siquiera es esa mezcla de drama y comercio, el desfile; el filme de verano es una exposición, pura y simple. Es nuestra feria estatal, a la cual el populacho viene a que lo asombren, a quedar con la boca abierta ante los nuevos deleites del comercio, a ser atacado por la publicidad. El filme de verano tiene emoción y escalofríos, al igual que su prima, la montaña rusa. Tiene la mancha de la baja reputación, como su antepasado, el espectáculo de bailarinas. Más que una avenida central bordeada por anuncios publicitarios, es en sí mismo un anuncio publicitario. La entrega de premios de otrora, “el bebé más bonito”, y así, ha sido suplantada por las informaciones sobre las recaudaciones en taquilla de los filmes de verano. “La Película Número Uno del País” reemplaza la transmisión radial del ganador de la competición del poste engrasado. Y el filme de verano también cuenta con la exhibición de los animales de granja premiados: las estrellas de la película, consentidas y acariciadas y alimentadas por la fuerza hasta tal punto que debemos premiarlas con toda nuestra admiración. El filme de verano, como la feria estatal, nos reúne y nos permite el deleite de sacudir las cabezas y decirnos mutuamente: “¿Viste eso?...”

Si razonamos o aceptamos que eso no es drama, puesto que no lo es, no es necesario que ataquemos la insipidez del filme de verano. Sería inapropiado criticar el concurso de quién come un pastel más rápido porque carece de un respeto razonable por la nutrición. En el filme de verano, el drama estaría tan fuera de lugar como el diseño paisajístico en la calle central de la feria estatal.

El guión tiene la misma relación con el drama que el anuncio de las cajas de cereales la tiene con la literatura. Su escritura y su producción son una reverencia al dios del comercio. El público paga su multa y pasa dos horas en una celebración del desperdicio en una época de abundancia, el disfrute sin ambigüedades del Sol, el festival del solsticio, cuando la adoración del dios ancestral es pura alegría y Némesis está, por el momento, indefensa. En esa ceremonia de druidas, en realidad, ella es ritualmente asesinada: el héroe la aniquila durante la conclusión del filme de verano, y nosotros seguimos nuestro camino, saliendo hacia la amable noche estival.

  

El cantor y el escriba

El cantor y el escriba

(Del diario de Alfredo Le Pera)

París, 1931

Ayer nos vimos con Gardel en La Coupole. Sigue siendo un compadre elegante, no hay nada que hacer. Pero me convenció con sus argumentos, sabe lo que quiere. En cambio yo vivo en la incertidumbre. Estoy leyendo a Chéjov. Quisiera imitarlo, escribir como él, no angustiarme tanto en busca de la palabra justa que exigía Flaubert. Ser  “natural” o parecer natural. Tal vez resida en eso todo el secreto de un buen escritor. Algo que no tiene nada que ver con esa “facilidad para escribir”, que elogian quienes compran mis trabajos. Hubiera querido ser como Chéjov, pero uno es lo que hace con su vida. Un turro o un dios. Uno no es Gardel. Yo apenas me gano la vida como periodista y con mi facilidad con los idiomas: francés, inglés, italiano. Hijo de inmigrantes italianos, nací en Brasil y fui anotado poco después en la Argentina. Soy uno de tantos, pero con delirios de grandeza; uno de esos argentinos que vagan por el mundo, buscando su lugar. Yo quise ser autor de teatro. No me fue bien. En la farándula porteña tenía fama de antipático, de tipo muy intelectual. Mis trabajos para la revista porteña no fueron memorables, aunque una obra, “La plata de Bebe Torres”, tuvo éxito. Ahora vivo en París, donde trabajo como traductor de películas francesas. Yo escribo en castellano los títulos sobreimpresos. No me quejo: peor es trabajar de verdad. Soy, como quien dice, un escriba, un escritor asalariado, que hace lo que le piden y no lo que quiere. Puedo hacer un argumento cinematográfico o una canción. Lo que pida el respetable público. Soy un escriba, sí; escribo lo que me pide el patrón de turno: el dueño de un diario, de una empresa cinematográfica, o el cantor con el que ahora converso en una mesa de La Coupole.

            -Leí sus versos, Le Pera. Usted es poeta de verdad. No es un letrista de café con leche, con perdón de muchos amigos. Usted no es un tanguero, Le Pera, y eso es una ventaja para el tango.

            -En eso nos parecemos, según me dicen. Me contó “el armenio”, Kaliakan Gregor, que cuando estuvo de paso de Buenos Aires con su conjunto de jazz, usted grabó con su orquesta cuatro canciones en francés. ¿Sabe? Al “armenio” le sorprendió mucho que a usted lo criticaran por su repertorio heterodoxo…¿Sabe qué me dijo?...Que oírlo a usted era amar a la Argentina.

            -Favor que me hace. Ojalá sea cierto.

 

Necesito encontrar cierto equilibrio entre vivir y escribir. No creo que pueda lograrlo aún; ya tengo veintiocho años. Acabo de escribir una síntesis argumental: “Une maison serieuse”, que servirá para la película “La casa es seria”, donde actuará Gardel.  La Paramount habilitó una oficina para los dos. “Pero no somos pájaros para estar en jaula”, dice el Morocho del Abasto, que prefiere seguir la charla en el café. Por ahora trabajamos bien. Nos estamos conociendo de a poco.

 

Lo que yo rescato con Gardel son las palabras que creía olvidadas, cierta entonación porteña que había perdido tanto andar por el mundo, de tanto traducir las palabras de otros. Yo llegué a París siguiendo a una bataclana, a quien le leía “Las flores del mal”, de Baudelaire. Al poco tiempo la mujer me abandonó y se fue a vivir con un bodeguero a la campiña francesa. “Prefiero el aire libre”, se justificó la bataclana, que había nacido en la provincia de Mendoza. Dijo que quería respirar aire puro. La despedí sin rencor y seguí con el trabajo que me había encomendado el empresario del teatro Sarmiento, de Buenos Aires: buscar, en París, las novedades del teatro revisteril.

            -¡Qué trabajo, compañero! ¡Las mujeres que habrá visto!-bromea Gardel.

            -Muchas, en verdad. Muchas…y ninguna-me animé a decir-. Uno extraña lo perdido: una mujer, una ciudad. Pero ése es un tango, el que yo no voy a escribir.

            -Haremos otros-me prometió Gardel.  

Matisse interrogado por Apollinaire

Matisse interrogado por Apollinaire

He aquí un tímido ensayo sobre un artista en quien se combinan, creo, las más tiernas calidades de la fuerza de su simplicidad y la dulzura de sus claridades. No hay relación entre la pintura y la literatura y he tratado en este aspecto de no provocar confusión alguna. Es que en Matisse la expresión plástica es la meta, así como para el poeta lo es la expresión lírica. Cuando yo vine hacia usted, Matisse, la gente lo miraba y, como ellos reían, usted sonrió. Veían un monstruo, ahí donde se elevaba una maravilla. Yo lo interrogaba y sus respuestas traducían las causas del equilibrio de su arte razonable. "Yo trabajé", me dijo usted, "para enriquecer mi cerebro satisfaciendo las diferentes curiosidades de mi espíritu." Me esforzaba en conocer los distintos pensamientos de maestros antiguos y modernos de la plástica. El trabajo fue también material porque trataba al mismo tiempo de comprender su técnica. Después, luego de servirme ese vino fuerte que sustrajo de Collioure, quiso volver al tema de las peripecias de ese peligroso viaje hacia el descubrimiento de la personalidad. Se va de la ciencia a la conciencia, es decir el olvido completo todo lo que no estaba en usted mismo. ¡Qué dificultad! El tacto y el gusto son aquí los únicos gendarmes que pueden alejar para siempre lo que no hay que volver a encontrar el camino. El instinto no guía. Se ha alejado, y se esta en su búsqueda "Después, usted decía, "crecí al considerar mis primeras obras. Raramente engañan. Encontré en ellas una similitud que al principio tome por una repetición, que solo agregaba monotonía a mis cuadros. Era la manifestación de mi personalidad, que aparecía, cualesquiera que fuesen los diversos estados de animo por los que pasaba". El instinto resurgía. Usted sometía, finalmente, su conciencia humana a la inconsciencia natural. Pero esta opera­ción se producía en determinado momento. ¡Qué imagen para un artista: los dioses omnipotentes, todopoderosos, pero sometidos al destino! Usted me dijo: "Yo me he esforzado en desarrollar esta personalidad contando sobre todo con mi instinto y volviendo a menudo a los principios, y me decía a mi mismo cuando las dificultades me arredraban: 'Tengo colores y una tela, y debo expresarme con pureza'. Debería hacerlo sumariamente poniendo, por ejemplo, cuatro o cinco manchas de colores, trazando cuatro o cinco líneas, que dieran una expresión plástica". Muchas veces se le reprochó esa expresión sumaria, mi querido Matisse, sin pensar que usted había realizado así uno de los trabajos mas difíciles: dar existencia plástica a los cua­dros sin el concurso del objeto, salvo para provocar sensaciones. La elocuencia de sus obras proviene, ante todo, de la com­binación de colores y líneas. Esa combinación es la que constituye el arte del pintor y no, como lo creen aún ciertos espíritus artificiales, la simple reproducción del objeto. Henri Matisse bosqueja sus concepciones, construye sus cuadros mediante colores y líneas hasta darles vida a sus combinaciones, hasta que sean lógicas y formen una composición cerrada, donde no se podría quitar ni un color ni una línea sin reducir el conjunto a la búsqueda azarosa de algunas líneas y algunos colores. Ordenar un caos, he ahí la creación. Y si la meta del artis­ta es crear, hace falta un orden, en el que el instinto será la medida. A quien trabaje así, la influencia de otras personalidades no podrá anularlo. Sus certezas son íntimas. Provienen de sinceridad y las dudas que lo angustiaran pasaran a ser la razón de su curiosidad. "Jamás he evitado la influencia de los otros" me dijo Matisse. "Yo hubiera considerado esa actitud como una cobardía y una falta de sinceridad frente a mí mismo. Creo que la personalidad del artista se desenvuelve, se afirma, por las luchas que tiene que librar contra otras personalidades. Si el combate le es fatal, si su personalidad sucumbe, ese y no otro era su destino." En consecuencia todas las escrituras plásticas los egipcios hieráticos, los griegos refinados, los camboyanos voluptuosos, las producciones de los antiguos peruanos, las estatuillas de los negros africanos, proporcionadas de acuerdo con las pasiones que los han inspirado pueden interesar a un artista y ayudarlo a la vez a desarrollar su personalidad. Al confrontar sin cesar su arte con las otras concepciones artísticas, al no cerrar su espíritu a las manifestaciones vecinas a las artes plásticas, H. Matisse, cuya personalidad tan rica hubiera podido crecer tal vez aisladamente, se enriqueció y adquirió esa grandiosidad, esa dignidad que lo distingue. Pero, curioso de conocer las capacidades artísticas de to­das las razas humanas, H. Matisse permaneció antes que nada devoto de la belleza de Europa. Europeos, nuestro patrimonio va de los jardines bañados por el Mediterráneo a los mares sólidos del Norte. Encontramos allí los alimentos que amamos y las sustancias aromáticas de otras partes del mundo solo son especias para nuestro espíritu. Así H. Matisse consideró a Giotto, a Piero de la Francesca, a los primitivos sieneses, a Duccio, menos poderosos en volumen pero más ricos en espíritu. Y en seguida meditó sobre Rembrandt. Y colocándose en este punto de confrontación de la pintura, se observó a sí mismo para co­nocer el camino que habría de seguir confiadamente su ins­tinto triunfador. No estamos en presencia de una tentativa desmedida: lo propio del arte de Matisse es ser razonable. Que esta razón sea a veces apasionada, a veces tierna, no impide que ella se exprese con tanta pureza como para que se la entienda. La conciencia de Matisse es el resultado del conocimiento de otras conciencias artísticas. Matisse debe la novedad de su plástica a su instinto o a su propio conocimiento. Cuando hablamos de la naturaleza, no debemos olvidar que formamos parte de ella, y que debemos considerarnos con tanta curiosidad y sinceridad como cuando estudiamos un árbol, un cielo o una idea. Ya que hay una relación entre nosotros y el resto del universo, nosotros podemos descubrirla y posteriormente no intentar sobrepasarla. 1907

Segunda Bienal Argentina de Fotografía documental

Segunda Bienal Argentina de Fotografía documental


Link: www.bienal.fotobitacora.com.ar

Organizan
Secretaría de Estado de Cultura de la Provincia de Tucumán
Secretaría de Extensión de la Universidad Nacional de Tucumán
Agencia de fotoprtiodismo Infoto

Este festival puede ser posible gracias a l apoyo de las siguientes instituciones y empresas
Asociación de Prensa de Tucumán
Legislatura de la Provincia de Tucumán
Museo Casa Histórica de la Independencia
Municipalidad de San Miguel de Tucumán
A.R.G.R.A
Embajada del Brasil
British Council
Asociación por los Derechos Civiles
Centro Cultural Eugenio F. Virla
Teatro Alberdi
Museo de Bellas Artes Timoteo Navarro
Fundación Vicente Lucci
CAE - Centro de Altos Estudios
Diario Clarín
Diario La Gaceta
Revista Fotomundo
Guía Veo Veo
Fundación Andreani
Librería El Griego
Bodega El Portillo
Plaza de Almas
Lisandro Restaurante
Agencia SudacaPhotos
Grupo por imagen
Copitec
Banco Ciudad