El cantor y el escriba
(Del diario de Alfredo Le Pera)
París, 1931
Ayer nos vimos con Gardel en La Coupole. Sigue siendo un compadre elegante, no hay nada que hacer. Pero me convenció con sus argumentos, sabe lo que quiere. En cambio yo vivo en la incertidumbre. Estoy leyendo a Chéjov. Quisiera imitarlo, escribir como él, no angustiarme tanto en busca de la palabra justa que exigía Flaubert. Ser “natural” o parecer natural. Tal vez resida en eso todo el secreto de un buen escritor. Algo que no tiene nada que ver con esa “facilidad para escribir”, que elogian quienes compran mis trabajos. Hubiera querido ser como Chéjov, pero uno es lo que hace con su vida. Un turro o un dios. Uno no es Gardel. Yo apenas me gano la vida como periodista y con mi facilidad con los idiomas: francés, inglés, italiano. Hijo de inmigrantes italianos, nací en Brasil y fui anotado poco después en la Argentina. Soy uno de tantos, pero con delirios de grandeza; uno de esos argentinos que vagan por el mundo, buscando su lugar. Yo quise ser autor de teatro. No me fue bien. En la farándula porteña tenía fama de antipático, de tipo muy intelectual. Mis trabajos para la revista porteña no fueron memorables, aunque una obra, “La plata de Bebe Torres”, tuvo éxito. Ahora vivo en París, donde trabajo como traductor de películas francesas. Yo escribo en castellano los títulos sobreimpresos. No me quejo: peor es trabajar de verdad. Soy, como quien dice, un escriba, un escritor asalariado, que hace lo que le piden y no lo que quiere. Puedo hacer un argumento cinematográfico o una canción. Lo que pida el respetable público. Soy un escriba, sí; escribo lo que me pide el patrón de turno: el dueño de un diario, de una empresa cinematográfica, o el cantor con el que ahora converso en una mesa de La Coupole.
-Leí sus versos, Le Pera. Usted es poeta de verdad. No es un letrista de café con leche, con perdón de muchos amigos. Usted no es un tanguero, Le Pera, y eso es una ventaja para el tango.
-En eso nos parecemos, según me dicen. Me contó “el armenio”, Kaliakan Gregor, que cuando estuvo de paso de Buenos Aires con su conjunto de jazz, usted grabó con su orquesta cuatro canciones en francés. ¿Sabe? Al “armenio” le sorprendió mucho que a usted lo criticaran por su repertorio heterodoxo…¿Sabe qué me dijo?...Que oírlo a usted era amar a la Argentina.
-Favor que me hace. Ojalá sea cierto.
Necesito encontrar cierto equilibrio entre vivir y escribir. No creo que pueda lograrlo aún; ya tengo veintiocho años. Acabo de escribir una síntesis argumental: “Une maison serieuse”, que servirá para la película “La casa es seria”, donde actuará Gardel. La Paramount habilitó una oficina para los dos. “Pero no somos pájaros para estar en jaula”, dice el Morocho del Abasto, que prefiere seguir la charla en el café. Por ahora trabajamos bien. Nos estamos conociendo de a poco.
Lo que yo rescato con Gardel son las palabras que creía olvidadas, cierta entonación porteña que había perdido tanto andar por el mundo, de tanto traducir las palabras de otros. Yo llegué a París siguiendo a una bataclana, a quien le leía “Las flores del mal”, de Baudelaire. Al poco tiempo la mujer me abandonó y se fue a vivir con un bodeguero a la campiña francesa. “Prefiero el aire libre”, se justificó la bataclana, que había nacido en la provincia de Mendoza. Dijo que quería respirar aire puro. La despedí sin rencor y seguí con el trabajo que me había encomendado el empresario del teatro Sarmiento, de Buenos Aires: buscar, en París, las novedades del teatro revisteril.
-¡Qué trabajo, compañero! ¡Las mujeres que habrá visto!-bromea Gardel.
-Muchas, en verdad. Muchas…y ninguna-me animé a decir-. Uno extraña lo perdido: una mujer, una ciudad. Pero ése es un tango, el que yo no voy a escribir.
-Haremos otros-me prometió Gardel.
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